No la vieron venir, o no quisieron verlo. Cegados por la soberbia, se creyeron inmunes y hace apenas unas horas fueron echados a patadas por los victorenses, que utilizaron a Morena como ariete.
Sí, a Morena, esa gente naca y pobre que les causa urticaria.
A golpe de votos, los ciudadanos les cobraron una a una sus bajezas, sus desplantes y su complicidad con los hampones con nombramiento, los que como Xicoténcatl González Uresti depredaron la capital de Tamaulipas.
Se autonombraron “la fórmula”, integrada por cuatro facinerosos que ayer domingo se redujo a tres.
Milagrosamente, o gracias a algún artilugio a los que es afecto, a la debacle de los “cuatro fantásticos” solo escapó Oscar Almaraz Smer, el candidato a la diputación federal que ahora sí podrá burlarse abiertamente de sus compañeros de viaje, a los que no toleraba pero estaba obligado a abrirles brecha, so pena de ver revividos vergonzantes expedientes que solo podían perfilarlo a la cárcel.
En cambio, Pilar Gómez, Arturo Soto Alemán y Mario Ramos Tamez se deben estar preguntando por qué tanta saña, porqué los victorenses les clavaron, uno a uno, decenas de miles de votos que, como puñales, prácticamente habrán de retirarlos de la escena pública, local, a la que nunca debieron haber llegado.
Hoy, derrotados, se van por la puerta trasera, de la forma más vergonzosa, porque fueron echados de casa por soberbios, por clasistas y porque en verdad creyeron que la impunidad era para siempre.
Pilar Gómez nunca fue legalmente alcaldesa, y ahora tampoco lo será constitucionalmente. Los otros dos candidatos a diputados, un holgazán con suerte y un sujeto impresentable más ducho en caminar por la delgada línea que separa la legalidad de la ilegalidad, también van a empezar a cosechar lo que sembraron.
Pilar Gómez, quizás, regrese a Texas, con su cúmulo de soberbia y fracasos a cuestas.
¿Y ellos? Es difícil predecirlo. Ojalá tuvieran un amigo que pudiera sugerirles que en la humildad se es más digno. Y la gente humilde sabe mucho de dignidad.
Quizás, solo quizás, no estaría de más que aprendieran a ofrecer disculpas, porque seguramente el pedir perdón no sea algo que se les pueda conocer.
Si en realidad odiaban a los victorenses, se acaban de dar cuenta que ellos, “la fórmula”, en realidad no eran nada apreciados.
Al otro, que escapó a la debacle, seguramente muy pronto lo alcanzará el destino, en el entendido de que nada es para siempre, ni siquiera la sonrisa.